
Hoy nos hemos ido a dar un paseo junto al río Sambre, en Charleroi. Por el Sambre circulan como siempre las barcazas, con la borda a ras de agua, con los mástiles abatidos, pasando bajo la pasarela.
Por el muelle, avanza hacia nosotros un arriero con su pareja de caballos de tiro, que van remolcando con parsimonia una barcaza.
La barcaza tal vez venga de Lieja o de Namur, donde el río Sambre se une al Mosa. El cauce del río Sambre, tras las obras de 1830, se ha convertido en una importante arteria para el comercio de carbón y cereales, entre otros productos. El entramado de ríos y canales que se ha ido adaptando para la navegación en Bélgica, Francia, Países Bajos y Alemania, permite un intercambio comercial de mercancías a precios reducísimos y en volúmenes sin precendetes.
Hasta bien entrado el siglo XX, cuando se popularizan los motores diesel, estas barcazas eran remolcadas por caballos de tiro, desde la orilla, durante kilómetros y kilómetros, tal y como vemos en nuestra postal.
Las legislaciones de numerosos países, incluyendo la española, regulan el uso de ese espacio que discurre junto a las vías navegables para permitir el avance de estos caballos y su correspondiente arriero. Es el llamado camino de sirga. La sirga es la soga que une los caballos a la barcaza. Debajo recojo un extracto del artículo 553 del Código Civil español:
Los predios contiguos a las riberas de los ríos navegables o flotables están además sujetos a la servidumbre de camino de sirga para el servicio exclusivo de la navegación y flotación fluvial.
Las jornadas de los arrieros eran interminables. Desde el alba hasta el anochecer, avanzando con sus caballerizas, bajo el sol, lluvia, frío. Durmiendo en ocasiones junto al propio cauce en refugios improvisados o, en el mejor de los casos, en posadas con cuadras en las cercanías de estos canales y ríos. Algunas de estas posadas podemos encontrarlas hoy reconvertidas en alojamientos rural.
Pero si ya eran largas de por sí las jornadas de los arrieros que iban avanzando con las barcazas y hacían noche en el camino, aún lo eran más las de los agricultores que, disponiendo de un par de bestias de tiro, concertaban de vez en cuando un precio con los marineros que iban a bordo de las barcazas, para remolcarlos de un punto a otro. Normalmente recorrían unos 20 ó 25 kilómetros en un sentido, y una vez acabada la jornada, volvían con sus caballos a sus hogares, desandando el camino. Eran lo que en francés se conoce como hacer «les longs jours.
Otra posibilidad, tan solo al alcance de los marineros más pudientes, era la de transportar sus propios caballos o mulas a bordo de la barcaza e ir durante el día remolcando la barcaza y durante la noche, todos, caballos y tripulación, descansaban a bordo. Esta página, en francés, contiene numerosas imágenes de esa época.
En 1935 todavía se contabilizaban en Francia 1500 de estas barcazas con establo. En Bélgica, una medida de la importancia del caballo de tiro como medio de tracción en general, nos la puede dar la cifra de más de 100 mil caballos que fueron confiscados por las tropas alemanas durante la ocupación que tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial.
¿Y hoy? ¿Qué queda de estos caballos de tiro que tanto contribuyeron al desarrollo económico de estas regiones?
En Francia y Bélgica, existen varias asociaciones que se ocupan de preservar estas razas y de contribuir a la divulgación de toda la historia que gira a su alrededor. Por dar un ejemplo, os dejo este link de la asociación Cheval et Forêt, basada en Bruselas, y que realiza numerosas actividades usando caballos de tiro como los de nuestra postal de hoy.